HACE MUCHO TIEMPO QUE NO HAGO NINGUNA ENTRADA. HOY VOY A SUBIR UN RELATO CORTO.
ME GUSTARÍA ESCUCHAR VUESTRAS OPINIONES.
UNA CRUDA REALIDAD.
Era agosto. Uno de esos
días caluroso tan famosos en Madrid, que por la noche no dejan conciliar el
sueño, y por la mañana despiertan con las primeras luces.
Silvia se removió en la
amplia cama. A ella la parecía amplia porque su esposo, un hombre de casi dos
metros de alto y hombros anchos, se había ido a trabajar como cada mañana.
Metió las manos bajo la almohada intentando volver a conciliar el sueño. ¡Coño!
¡Ya estaba de obras por algún sitio!
Seguramente eso había
sido el motivo de su despertar. Un ruido rítmico, como metálico, constante.
Ella gruñó y tiró de
las sabanas hacía arriba. ¿Quién podía hacer obras un diez de agosto? ¡Por
dios! ¡Se suponía que todos estaban en vacaciones!
Cerró los ojos con
fuerza, sin embargo de pronto los abrió sorprendida. ¡Joder, esos golpes eran
en su puerta!
Con el corazón latiendo
de forma desbocada en su pecho, se puso en pie y caminó hacía la salida.
Las persianas estaban
cerradas, menos mal que ella se conocía el camino más que de sobra. Tenía tres
hijos y cada noche se levantaba un par de veces con cada uno. Sobre todo con la
pequeña Sharisse que contaba con el año recién cumplido.
A medida que se
acercaba por el pasillo, los golpes, que desde la habitación le habían parecido
lejanos, eran ahora bastantes sonoros, exagerados. ¡Fuera quien fuese, parecía
querer tirar la puerta abajo!
Llegó al salón e
intentó dar la llave de la luz. Estaba cortada. ¡Menuda mierda de mañana la
deparaba! Para colmo, ni siquiera se había colocado una bata, o el albornoz que
tenía más a mano, pero el calor era horrible.
No pensaba abrir la
puerta. Llevaba un corto picardías negro que dejaba la longitud de sus piernas
al descubierto. No era muy alta. Tenía un cuerpo delgado, pequeño, pero desde
luego en ese momento tenía una pinta ridícula. Había dormido con el sujetador y
las tiras asomaban de una manera horrorosa en sus hombros. Despeinada, a pesar
de las dos largas coletas que caían a ambos lados de la cara, y con ojos
hinchados, terminó de llegar hasta la puerta.
Al otro lado, los
golpes y las voces llegaban hasta ella.
- ¡¿Quién es?! ¡¿Por qué golpeáis la puerta?!
¡¿Qué queréis?! – gritó entre el barullo. Dudaba que alguien pudiese escucharla
más que sus peques, aún así siguió preguntando.
Agosto, ocho de la
mañana. Los ladrones se habían debido de volver muy descarados para querer
entrar en su casa con tal escandalo. Se asustó.
-¡Policía, abra la puerta! – gritó alguien
desde el otro lado.
El corazón de Silvia no
galopaba, ya casi había salido por su garganta. ¿Y si no eran policías? Y
aunque lo fueran ¿Qué pasaba? ¿Se estaba cayendo el edificio?
-¡Ya voy! ¡No den más golpes! – chilló nerviosa.
-¡Apártese de la
puerta! – gritaron desde fuera.
Ella estaba descalza y
a un solo paso de dar la vuelta a la llave, pero los golpes se volvieron tan
furiosos, que pensó que le echarían la puerta encima y la pillarían los pies,
si no algo peor.
Sharisse lloró en su
cuna y Silvia corrió a sacarla de allí. La pobre debía estar muy asustada, y ya
no solo por los ruidos, si no por los gritos que había comenzado a dar Silvia.
Cogió a la nena en
brazos y justo cuando llegaba de nuevo al pasillo de la entrada, la puerta se
abrió saliéndose de los marcos. Varios escudos se abrieron paso hacia ella
empujándola hasta arrinconarla en un lugar del salón.
-¿sois policías de verdad? – gritó asustada a
un tipo que la sujetó del brazo. ¡Oh dios mio! Pensó. Han entrado a robarme en
casa estando yo dentro.
Alguien abrió las
persianas y un buen número de hombres uniformados la rodeó. Otros recorrieron
la casa, sacando a sus dos hijos de la cama, Christofer de siete años, y Ángel
de ocho, para llevarlos al sofá.
-¿Dónde esta su marido? – gritó uno para
hacerse oír entre los alaridos de Silvia que los miraba al borde de un ataque
de nervios.
-Se ha ido a trabajar – respondió ella. - ¿Por
qué? ¿Le ha pasado algo?
- ¿Su marido se llamada Osvaldo Gómez?
-Mi marido se llama Manuel. ¿Le ha pasado
algo?
Se hizo un largo
silencio mientras todas las miradas recayeron en Silvia y su bebé.
-¿Dónde viven los ... negros? – escuchó ella que alguien preguntaba.
Uno de los hombres, no
el más alto, porque todos, a comparación de ella, eran castillos andantes, con
sus escudos, sus cascos y sus ¿ametralladoras? Se pasó las manos por la cabeza.
¡Por dios! ¿Qué estaba pasando?
-Tengo vecinos negros – respondió ella sin saliva,
sin respirar, sin llorar – al lado.
-Nos hemos confundido de casa – murmuró otro.
Silvia les observó con
los ojos como platos. Ellos se miraban entre si, con vergüenza.
-¿se han confundido? – repitió Silvia con voz
histérica. Rio como loca, temblando, con la pequeña aun en sus brazos - ¡la han
cagado! – no pudo resistirse a decirlo. Esos hombres habían entrado en su casa
tirando la puerta abajo, sacando a sus hijos de la cama, que por cierto, en
calzoncillos los pobres, porque hacía mucho calor, observaban fascinados toda
la escena desde el sofá como si se tratase de una película. - ¡no lo puedo creer! ¡Se han equivocado!
¡Coño! De toda la
planta ella era la única que tenía placa en la puerta. ¡Joder! ¿Esa gente no
sabia leer? ¡Era impresionante!
-Por favor siéntese – con amabilidad la
llevaron al sillón. No tenía lágrimas pero lloraba ruidosamente. Estaba en
estado de Shock - ¿se encuentra bien? ¿Necesita algo?
Silvia les miró sin
comprender.
-¿mamá, por qué lloras? – preguntó el mayor de
ocho años.
Silvia le miró con la
boca abierta. ¿Era ella la única que se había vuelto loca? ¡Tanta gente en su
casa, y su puerta blindada echa una mierda!
-no lloro cariño. Me he asustado pero ya se me
está pasando.
Los hombres comenzaron
a salir y a entrar del inmueble. Unos por curiosidad. ¡Joder, habían entrado en
una casa con tres niños pequeños, por error!
-¿necesita una ambulancia?
-¡no! Necesito que me arreglen la puerta, no
me he ido de vacaciones porque estoy en la puta ruina
-¡pues vaya! Eso si es un problema.
-¿un problema? – no comprendía. ¿Quién había
roto la puerta? Pues quien rompe, paga.
Una vecina del piso de
arriba entró en el salón.
-Silvia ¿Cómo estas?
A parte de con coletas,
en camisón con sujetador a la vista, (menos mal que se había depilado el dia
anterior) y delante de unos hombres, altos, jóvenes, guapísimos… bueno, podía
haber estado mejor.
-¿lo sabe ya tu marido?
-Aun no he podido llamarle – la contestó.
Junto a Silvia había una secretaría judicial y la iba contando que tendría derecho
a indemnización y otras cosas que Silvia no entendió muy bien.
-Por favor señoras – dijo el que debía ser el
jefe del grupo – no hablen muy alto que acabamos de pedir una orden de registro
para el piso de al lado.
Silvia se echó a reír.
-¿acaso creen que no les han oído? ¡Con el lio
que han montado!
Por los menos disfrutó
viéndolos enrojecer. ¡Eran patéticos! ¿Eran tan ineptos que pensaban que los vecinos
no se habían enterado? ¡Asombroso!
- Inma ¿te importa si voy a cambiarme y te
quedas un momento con los niños? – le dijo Silvia a su vecina. Se fue al
dormitorio, se puso una camiseta de manga corta y unos vaqueros y regresó al
salón de nuevo.
Los policías seguían
estando por allí y ella estuvo a punto de ofrecerlos un café. Solo apunto, no
podía olvidar que la había destrozado la puerta.
Llamó a su marido.
-¿Manuel?
-Hola cielo, acabo de llegar. No sabes la de
polis que había esta mañana en la calle cuando salí.
-¿te refieres a todos estos que tengo en el
comedor?
-¿Cómo?
-Así es, los hombres de Paco están en casa.
Vente para acá que nos han tirado la puerta abajo.
Mientras él llegaba, la
casa era un ir y venir de personas.
-Señora, cuando hemos entrado se me han debido
de perder unas gafas de sol. Si las encuentra, me las da, por favor.
¡Y una mierda! Si las encuentro,
para mi – pensó Silvia con malicia.
-Señora, vamos a entrar en la casa de sus
vecinos, cierre la puerta…
-¿Qué puerta? – preguntó alucinada. ¡Si de la
puerta no quedaba más que un marco vacío y un trozo de pared colgando!
Hicieron un registro en
casa de los vecinos. ¡Se llevaron hasta los muebles!
¿Habrían visto los
agentes todos lo papeles que, los vecinos, tiraron por la ventana? Silvia si lo
vio y no les dijo nada. ¡Que hiciesen bien su trabajo, cojones!
Cuando llegó Manuel,
cambió varias impresiones con los agentes de la ley. Se disculparon mil veces,
pero aquella noche, Silvia y su esposo hicieron guardia ante el hueco de la
puerta para que no entraran ladrones.
Pidieron dinero
prestado. ¿1400 euros por una puerta?
-Es que es verano, señora, y todo esta
cerrado. Se la ponemos como una urgencia.
¡Coño con la urgencia! Más la hubiera valido a
Silvia salir de vacaciones ese año en vez de intentar ahorrarse unos euros.
No hubo indemnizaciones
por que los destrozos no superaron los 10.000 euros estipulados por la ley. Y
si, la pagaron la puerta al cabo de los dos años.
Diez de agosto. Siete y
media de la mañana.
Joaquín iba abrir su
bar para comenzar a servir los pocos desayunos que se hacían en agosto. La puerta
era de cierre eléctrico. ¡Vaya por dios! Han cortado la electricidad.
- le ayudamos – le dijeron un grupo de
policías armados que en ese momento iban al portal de al lado.
-No, gracias – dijo Joaquín viendo que le iban
a romper la puerta si lo hacían así, tan a lo bestia.
-Buenos días – dijo Manuel, un vecino que
vivía en el bloque vecino.
-Nos han cortado la luz – comentó Joaquín.
-Y el agua – respondió Manuel. – vaya lio que
se está montando por aquí.
-Así es – contestó Joaquín. – hasta luego.
-hasta luego.
Joaquín, mientras subía
con tiento el cierre, observó a un policía llamando a los telefonillos del
portal vecino.
-No hay corriente – le recordó Manuel.
-Es verdad.
Intrigado, se quedó en
la puerta del bar viendo como el grupo de elite entraba en el portal, cargando
un ariete. Un cuarto de hora más tarde, bajaron con las manos en la cabeza.
-Macho, nos hemos confundido de casa.
……..
Por motivos, que
realmente no sé cuales son, he cambiado los nombres de la historia. Esto fue un
suceso que me paso, un diez de agosto y me apetecía contároslo. Es verídico en
todos los sentidos. Y nadie, absolutamente nadie, pago el error. Los policías culparon
al juez que les dio la orden, el juez a los detectives que habían estado
vigilando y así… unos a otros, y yo durmiendo durante muchos meses con un montón
de muebles delante de mi puerta para que nadie volviese a entrar sin mi
permiso.
UNA
PUTA REALIDAD.
Sandra Palacios B
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