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viernes, 30 de marzo de 2012

Lady de los Justos (parte 2)

                                                   - 6 –

A medida que pasaban  los días estos se volvían más fríos y oscuros.  En invierno, las noches inmensamente largas se volvían tediosas para los vigilantes.

Alrededor de las hogueras y cubiertos con mantas procuraban entretenerse con historias sub reales o sueños que a priori parecían imposibles. 

Los vigías habían cambiado el turno antes de que el sol se ocultara. El resto, o bien bajaban  al “Muro” a entretenerse o lo pasaban junto a la familia.

-Diego – llamó un hombre mayor de pelo cano, era Abel, uno de los mayores y hermano de su padre.-Quieren hablar con el responsable de los Torresino.

-¿Quién? – contestó frunciendo el ceño.

El hombre  se apartó del marco de la puerta dejando pasar a las visitas. La confusión se hizo evidente en el rostro de Diego cuando Carmele, su hija y uno de los perennes del “Muro” traspasaron la  entrada.

-Diego Torresino Cifuente- saludó el hombre tendiéndole una mano.

Diego le conocía de verle a diario pero nunca había hablado con él. Era un hombre extraño. Alto y desgarbado. Ocultaba su rizada cabellera bajo un sombrero descolorido de cowboy. En edad sobrepasaba los sesenta años pero no lo aparentaba. Sus ojos eran serios, calculadores, pero la sonrisa que pintaba en su boca rebosaba amabilidad. Sí recordó haberle visto charlando con Dani y Alicia en bastantes ocasiones.

Seth y otro Torresino se acercaron curiosos.

 - Le llamamos el Vaquero- dijo Carmele presentándole. La mujer rozó con la punta de los dedos el sombrero del hombre.   –Hemos venido para negociar algo importante- Carmele observó la sala. Era una estancia agradable y acogedora. Un sitio donde reunirse a pasar el rato.

 - Adelante. Sentaros.

Los recién llegados se acercaron hasta la chimenea.

El Vaquero saludó al resto de las personas y por fin se volvió hacia Diego.

-Los Justos y los Corsos ya nos vigilan muy de cerca, y necesitamos ayuda.-

Diego le miró de arriba abajo, nervioso sintió la boca seca:

-¿De qué se trata?

-Necesitamos entrar en la ciudad dando un rodeo por tus tierras- explicó sin tapujos.

-¿En la ciudad?- preguntó Seth que se había detenido junto a su hermano-No lo entiendo.

El Vaquero le observó con ojos dilatados. Fue Carmele quien informó:

-Torresino ¿no te has preguntado por qué y cómo conseguimos los víveres para comer? ¿Y las medicinas?

-Me he preguntado quiénes lo conseguían- respondió Seth cruzando los brazos sobre el pecho.

Se hizo un profundo silencio. La hija de Carmele y el Vaquero cruzaron una mirada de complicidad.

La joven negó:

-No os vamos a poner en peligro, Torresino. Os hemos estudiado todo este tiempo.  Limítate a conformarte con lo que podemos dar, que no es poco.

Tanto Diego como Seth clavaron los ojos en la muchacha. Conocían a Cruz y sabían que era una persona más bien arisca y malhumorada.

Carmele y ella eran altas y delgadas, ambas muy parecidas.

-Pretendemos que tus hombres no nos ataquen cuando crucemos los límites. – dijo Vaquero dirigiéndose a Diego.

-¿Qué nos daréis a cambio? – preguntó Abel Torresino pasándose la mano sobre las canas de su cabello.

Carmele exclamó en silencio. Diego fulminó a su pariente con una severa mirada. ¿Qué más quería su tío? Esta gente les proporcionaba…Todo. ¡Cómo se atrevía a pedir nada!

Cruz bajó la cremallera de su cazadora de cuero y dio un paso hacia Diego mirándole con fijeza, con expresión fría.

-Si tenéis algún problema con los Justos o con cualquier poblado nosotros mediaremos. A los Justos los matamos- se giró hacia Abel que la observaba boquiabierto y finalmente posó sus ojos en Seth, donde parecieron reflejarse adquiriendo una repentina serenidad. - La mayoría de los poblados están aliados. No vais a tener ningún problema con ellos.

 -Si los Justos saben que pasáis por nuestras tierras ¿Vendréis? - continuó Seth

- Torresino…- Cruz se colocó las manos en las caderas. -Seth- volvió a empezar llamándole por su nombre- Nosotros ganaremos esta guerra.

Diego carraspeó cuando los ojos de la muchacha se posaron sobre él interrogantes.

-Por supuesto que tenéis permiso, ayudaremos en lo que podamos.

Carmele sonrió aliviada.

-Me gustaría pedir algo más- intervino Seth. Todos los ojos se clavaron en él con intriga. El joven tragó con dificultad cuando su mirada se cruzó con la de Diego -deseo unirme y colaborar con vosotros. Quiero acompañaros.

-¡Seth!- exclamó Abel horrorizado. Estaba totalmente preparado para darle una pequeña charla pero Diego le interrumpió antes de que comenzara su perorata.

-¡Tío, es suficiente!

-Nos vas a meter en un problema- insistió.

-Eso no es cierto- Seth alzó la voz para hacerse oír. Todos hablaban a la vez excepto la incrédula Cruz que disfrutaba de la escena ocultando una sonrisa  con una mano enguantada. -Lo que yo haga… –le gritó a su tío- …no tiene nada que ver con vosotros; es mi vida.- Miró a Diego con ojos enfurecidos y suplicantes. –Yo decido.

Diego asintió:

-Estoy de acuerdo Seth- dijo el otro hombre que se había mantenido en silencio hasta entonces. Era el más anciano de la familia. Una túnica blanca le cubría desde el cuello hasta los pies. Caminó con lentitud hacia Vaquero. –Soy el mayor de Torresino, padre de mi heredero Diego y su hermano Seth.

 - Empezamos siendo muy pocos – explicó Vaquero observándole. - Ahora tenemos un grupo que forma la resistencia, gracias a la valentía de hombres como su hijo, vemos que el final será a nuestro favor – se giró al joven de Torresino - ¡Claro que estás aceptado Seth!

El padre de Diego tomó a su hermano Abel del brazo empujándolo con amabilidad hacia una puerta en el fondo de la sala.

Cuando desaparecieron Cruz llamó la atención de Diego:

-No me fio de tu tío; hazle vigilar - siseó antes de salir al exterior.

Seth salió tras ella.



-Mi hermano Seth es muy impulsivo-dijo Diego. - Todo lo que dice es verdad. Siempre ha querido luchar contra la opresión. De hecho, estoy seguro que más de uno de mi gente deseará unirse. – posó sus ojos dorados  sobre Carmele con una triste sonrisa. - Yo mismo lo haría.

-Sé lo que sientes Torresino- Carmele apoyó una delgada mano en su brazo. – Todos los responsables de los poblados temen lo mismo que tú. – se apartó para mirarle. Diego vio pena y cansancio en aquellos ojos acuosos. Multitud de arrugas rodeaban sus ojos pequeños. -Tenéis una labor para con vuestra gente, y alguien debe llevarla a cabo. Ese eres tú Diego, y me parece un acto muy responsable y valiente. Tu gente te necesita. –Se encogió de hombros. - Puede que algún día decidáis luchar por vuestro futuro.

Diego asintió con los labios apretados. Él no era un cobarde y sin embargo se sentía como tal.

Deseó poder hacer lo mismo que su hermano. Abandonar. Despedirse con un hasta luego si volvía de visita. Ser libre sin que nadie dependiera de él para poder enfrentarse a los Justos y a los Corsos sin temor a que dañaran a su familia, solo porque era Diego Torresino Cifuente.

-Seguramente que tengas razón Carmele, pero en este momento estoy partido. Querría acompañar a Seth para protegerlo, pero no puedo dejar esto.

-Seth tendrá quien le proteja, Diego. Le enseñaremos a luchar.- Vaquero le miraba a los ojos totalmente emocionado con lo que le estaba revelando. –Mi consejo para ti es el mismo que para los demás poblados, preparaos porque el momento se acerca. Seth podrá ir enseñando lo que vaya aprendiendo.



                                                      -7-

-No sabía que eras tan borde.

Cruz se detuvo antes de subir a la moto y se giró sorprendida al ver a Seth. Cada vez que le miraba sentía como la sangre se agolpaba en su rostro. No podía dejar de sentir ira por él. Un sentimiento superior a  sus fuerzas cuando un hombre joven y además tan apuesto como era Seth, la miraba siquiera.

Cruz actuaba así  con el sexo masculino. Ocultaba el terror que sentía por ellos en el fondo de su alma, el que recubría  con un duro y frio caparazón difícil de traspasar.

 Era borde, muy fría y hasta cruel. Era miedo a enamorarse por primera vez, a dejar pasar la oportunidad de conocer a un hombre bueno, a su reacción cuando ella le contara que no era digna. ¡Un justo malévolo la había violado!, un enemigo, un canalla.

No conocía el nombre de aquel animal pero recordaba con total claridad  su rostro rubicundo, sus cortos cabellos dorados, su mirada llena de burla y lujuria; su hermosa boca sonriendo con crueldad.  

Aún podía sentir la fuerza de sus puños en el estómago, los mordiscos de sus pechos, los pellizcos en las piernas y nalgas.

Jamás se entregaría a un hombre. No antes de haber acabado con la vida de su violador. Sólo cuando cumpliera su venganza.

Cruz apoyó la mano con descuido sobre el asiento de su moto, como si le aburriera hablar con él.

-Pues ve acostumbrándote. A partir de ahora, quizá debamos pasar mucho

 Tiempo  juntos.

 -¿eso es malo? – cualquier otra muchacha habría hecho al menos un gracioso mohín. Ella ni parpadeó.

 -¿Qué ocurre? ¿Estas falto de amigos Seth?

 -Digamos que los tengo más vistos y quisiera explorar nuevos horizontes.

 -¿te estas haciendo el graciosillo conmigo?

 - Trataba de ser simpático, pero veo que contigo no funciona.

 - Pues no lo intentes. Hagas lo que hagas, no me caes bien. –le volvió a dar la espalda. Seth y Diego tenían los mismos ojos dorados, el mismo cabello castaño. Pero igual que Diego tenía el cabello recortado sobre el cuello, Seth lo llevaba largo y suelto sobre los hombros.

-No me asustas- comentó el hombre.

-No pretendo hacerlo-. Cruz se montó en la moto y se colocó el casco. Podía haber levantado la visera, pero no lo hizo. No deseaba seguir escuchando aquella voz acariciadora que la hacía temblar. Un extraño frio la invadía siempre que aquel Torresino se hallaba cerca.

 -¿Qué tengo que hacer? – preguntó Seth.

Cruz agitó la cabeza de un lado a otro y puso el motor en marcha.  Le dejó allí, parado en la puerta de una bella casa campestre. La fachada se veía blanca, como si la hubieran pintado recientemente.  Poco rato después, Carmele y Vaquero se introdujeron en el Citroën verde de la mujer y desaparecieron por el camino principal.

Cruz aceleró al pasar la curva. Fuera de la vista de Seth se relajó. Sentía arder sus mejillas. Decirle que iban a pasar  bastante tiempo juntos había sobrado, o debería sobrar. Ella mandaba; ella era la fuerte y por descontado la más inteligente.

También era cierto que Seth no se parecía en absoluto a nadie que hubiera conocido nunca.  Le había visto bastantes veces. Era un hombre que podía pasar de la risa al enojo en un abrir y cerrar de ojos.

Tendría que controlar a Seth muy de cerca, su forma de ser tan impulsiva… ¡que tonterías! Su forma de ser era encantadora. Su porte, su apariencia, la forma en que bromeaba con las demás chicas o como sonreía… ¡sería un infierno pasar con él tanto tiempo!

 También estaba la historia con el tío, uno de los mayores Torresino. No le gustaba pero en verdad ¿Quién la gustaba

Debían andar  con pies de plomo si no querían perder esta batalla con los Justos.

Hubo un tiempo en que no estaba convencida de nada. Pensaba que si evitaba problemas con las bandas de la barriada, ellos la respetarían. No había sido así.

Recordó el cruce de miradas con aquel hombre cruel. No la asustó, era joven, guapo, embaucador y ella una muchacha llena de ilusión. Una persona cargada de sueños románticos, alguien que esperaba a su caballero de dorada armadura a galope de un hermoso semental  y que con su fuerza rescataría a los poblados convirtiéndola en la mujer más feliz de la tierra.

El caballero llegó, alto, fuerte, envuelto entre las sombras, rodeado de maldad, buscando el peligro, la sangre, a ella.

Cruz fue el juguete donde él depositaba todo su odio, sus insultos y entre la aceptación de su propia muerte apareció Lady de los Justos.

El mundo volvió a brillar y ella renació del dolor y la pena logrando enterrarlo bajo falsas apariencias, tan solo con una promesa grabada a fuego en su corazón.

Ya no deseaba ese liberador porque ella misma se encargaría de ajusticiarse. No necesitaba de ningún hombre y su fuerza.



Diego escuchó el leve sonido de un motor lejano antes de que varias luces asomaran tras pasar la curva de la entrada al poblado.

Salió cubierto por una gruesa cazadora.

Una ráfaga de aire helado golpeó su rostro. El frio comenzó raudo a deslizarse por el interior de la casa silbando junto a sus oídos.

Iba a nevar, lo olía al respirar.

Miró por un momento hacía los hombres que le seguían de cerca. Su gente le conocía demasiado bien como para intentar calmar su ansiedad.

En el poblado, la mayoría de los ojos se escondían tras las ventanas emocionados, esperanzados, deseosos de poder saborear la libertad. Para todos ellos aquello era una etapa importante.

Diego dio un paso más y se detuvo sorprendido y extasiado.

Ante sus ojos, un ejército de motoristas vestidos de negro desde las ruedas hasta el casco abría la marcha de un vehículo grande seguido de otro más pequeño.

Diego entrecerró los ojos protegiéndose de la luz de los faros hasta que estos volvieron a girar.

Las motos pasaron de largo siguiendo su marcha hasta el campamento.

Diego identificó el último coche como el de Carmele. Con rostro sorprendido se acercó a la ventanilla cuando el vehículo se detuvo.

 -Vaquero y varias personas se quedaran en tus tierras hasta que regresen los demás – le avisó.

Diego asintió maravillado ante tal despliegue de fuerza. Levantó la cabeza más confundido aún. Un enorme tráiler oscuro se acercaba perezosamente por la carretera. Volvió su vista a Carmele.

 -¿Estáis seguros que esto lo habéis hecho antes? – bromeó.

8

Diego no salía de su sorpresa. No había esperado que se atreviesen a cruzar los límites con ese vehículo tan grande, tampoco había esperado ver tantos motoristas.

Sin duda alguna últimamente se estaba llevando bastantes sorpresas.

 -¿subes? – le preguntó Carmele.

Diego rodeó el Citroën y se sentó junto a ella. Vio sobre la guantera de piel una escopeta recortada, brillante, como si la hubiesen limpiado para la ocasión, lo que no era de extrañar en Carmele, en el “muro” se pasaba todo el día con un trapo en la mano limpiando las mesas.

 -Una noche fría – dijo Carmele con los ojos fijos en la carretera.

 -En esta época encontrareis niebla en el puerto y posiblemente nieve.

 -El invierno es peor para todo – asintió ella mirándole de refilón – Y este año va a ser muy duro. Acuérdate que el invierno pasado sufrimos muchas necesidades. Claro que este año somos más.

 -No  había esperado todo esto, ni siquiera se me había pasado por la mente que estuvierais tan bien preparados. – reconoció Diego. Aún seguía con la sorpresa inicial.

Llegaron al campamento. Las motos habían desaparecido en dirección a la ciudad por los caminos secundarios y el eco de los motores descendió paulatinamente.

 -Estamos conectados por radio frecuencia. Cualquier cosa Vaquero nos pondrá en contacto y viceversa – dijo Carmele.

 - Todas esas motos…

-Somos bastantes. Nos estamos preparando para atacar de un momento a otro pero queremos estar seguros de poder apoderarnos de la ciudad. - Carmele detuvo el coche y se giró para mirarlo. – queremos evitar el derramamiento de sangre de gente inocente y en la ciudad… tenemos amigos.

 -¡Queréis atraerlos al sur! – exclamó Diego adivinando sus intenciones.

 -Exacto. Nuestras tierras son el mejor sitio donde provocar emboscadas.

Los ojos de Diego brillaron jubilosos. Se despidió de la mujer con un gesto de cabeza y descendió del Citroën.

Bajo el frio de la noche observó como Carmele cruzaba los limites precediendo al tráiler. Se volvió hacia el vehículo que había parado tras él. Vaquero descendió seguido por un par de hombres. Le saludaron con un apretón de manos y todos juntos caminaron hacia la hoguera más cercana.



Las motos entraron en la ciudad por la zona este. Todo estaba en silencio. Las farolas brillaban en las esquinas de las anchas calles industriales.

Robar los comercios y las tiendas de alimentación ya no era un reto.

Esa noche todas las sombras se desplazaron hacía uno de los almacenes más grande de la ciudad.

Solo seis motoristas acompañaron al tráiler mientras los demás aguardaban escondidos junto a Carmele en un camino circundante al polígono industrial.

Era sencillo, cargar y marcharse. Todo ello sin peligro alguno. Pero otra vez el dolor de la conciencia, la frustración y la rabia deseaba convertirlos en animales salvajes. En zombis a las órdenes de un todo poderoso.

Aquello no podía quedarse así, ofrenda por ofrenda, golpe por golpe.

Los Justos iban a recibir una nueva humillación.

Aún no terminaron de cargar el vehículo cuando dos de las motos acelerando a todo gas desparecieron en paralelo internándose en la ciudad.

Cruz las observó con preocupación. Conocía de sobra sus intenciones. ¡Que Dios se apiadara de ellas!





Diego apenas había pegado ojo en toda la noche. La emoción que sintió cuando vio regresar a Carmele y al resto le había impedido cerrar los ojos en el poco tiempo libre que le quedaba.

Su corazón saltaba alegre. Si cerraba los ojos veía la imagen de los motoristas haciendo cabriolas y celebrando el éxito en su campamento. Si los abría observaba a su padre que eufórico conversaba con el resto de los mayores.

Lo que había sucedido en la noche era todo un triunfo.

Cuando Diego entró con paso firme en el “muro” todas las miradas cayeron en él y el silencio fue repentino.

 -Torresino – le llamó Vaquero alzando una mano.

El local estaba semivacío. Todos prosiguieron sus charlas con un buen café caliente entre las manos.

El olor a tostadas y mantequilla inundó el lugar mezclándose con los troncos secos que ardían en la chimenea de piedra.

 -Vaquero – le saludó tomando una silla y colocándose a horcajadas sobre ella.

 -¿un café, Diego? – preguntó Carmele que sin esperar le sirvió una taza del oscuro liquido manchándolo con la leche de un brick.

 -Yo también Carmele, por favor.

Diego escuchó otra vez aquella voz tan serena y calmada. Había estado pensando a menudo en Dani desde que reparó en ella, aunque también había pasado la mayor parte del tiempo apartándola de su mente.

No quiso mirarla pero sus ojos no le obedecieron, sentía que Dani poseía un enorme imán que era capaz de atraerle irremediablemente.

Ella lo estaba mirando y apartó su vista con rapidez cuando Diego levantó la cabeza.

Dani aún llevaba una oscura cazadora de cuero abrochada hasta el cuello. Unos pantalones de piel se ajustaban a sus largas piernas. Llevaba negras botas de motorista. El descubrimiento le hizo comprender y aun tiempo empalidecer. ¿Por eso Seth estaba tan dispuesto a unirse a ellos?

Pero Dani ¿motera? Nunca lo habría imaginado y eso que en la noche había fantaseado con el rostro de los motoristas pensando si conocería a alguno.

¡Mujeres! Había pensado en la posibilidad de que Alicia fuera una de ellas, de hecho iba a la perfección con su personalidad igual que Cruz. Sin embargo Dani parecía tan tierna, tan suave y frágil.

Clavó sus ojos en ella con atención. Dani lo supo porque enfrentó su mirada sin más expresión en su cara que perplejidad.

 -¿Qué tal? – la saludó Diego incomodo, luchando por salir del pozo gris perla de sus ojos que lo habían capturado.

 -Mucho frio – contestó ella con voz cansada.

Vaquero se acercó lentamente a ella desde su silla y chocaron las manos.

 -Deja que hagan el reparto los demás y sube a descansar. Yo lo haré por ti, chiquita – se ofreció el hombre.

 -Después del susto de muerte que nos han dado – Carmele miró con enojo a Dani y se marchó a servir más cafés.

Vaquero riendo fue tras la mujer.

 -La has enfado bien – se burló Diego moviendo su café con una cucharilla.

Dani rio al tiempo que asintió con la cabeza:

 -A veces cree que soy su hija.  – se sentó frente a él.

Diego no pudo apartar los ojos de aquella boca tan linda. Dani se veía preciosa con las mejillas arreboladas y el flequillo revuelto sobre su frente lisa. Impulsivamente tomó un mechón caoba entre sus dedos y lo retiró de los ojos.

 -Carmele será muy madraza – dijo arrepentido de haber tenido ese gesto con ella. Clavó sus ojos dorados en el café y procedió a tomarlo con prisa a pesar de estar ardiendo.

 -Es muy protectora con todo el mundo. Tiene mal genio pero un corazón de oro. ¿Tienes madre, Diego?

 -¡claro! – volvió a mirarla. Nunca había visto unos ojos tan límpidos y sumamente expresivos. Unos ojos que le miraban con el deseo pintado en ellos.

Miró su boca, ella estaba muy cerca, sus piernas se rozaban bajo la mesa. Quiso acariciar las tersas mejillas, tomar la delgada mandíbula con sus manos y apoderarse de sus labios hasta dejarlos hinchados. Todo su cuerpo se endureció, cada musculo luchó contra su voluntad.

 -¿nunca viene al muro? – insistió ella soplando su taza.

 -No. No se la ha perdido nada por aquí.

 -No me digas que eres de esos tipos machitos que prefieren a las mujeres en casa. ¡No lo puedo creer!

Diego alzó las cejas divertido por el tono despectivo de Dani.

 -¿a que no me imaginabas así? – le preguntó.

 -Es mentira, tú no eres así.

 -¿tú crees? – él trataba de no reír mientras Dani le observaba con una mueca infantil tratando de leer en su mente.

 -¡es mentira! – exclamó por fin entre risas golpeándolo con su diminuto puño en el hombro.

Ambos rompieron a reír.

 -La verdad es que no salen mucho. En el poblado se suelen reunir todos los días con los familiares. Nosotros y los jóvenes somos los únicos que venimos para tener un poco de contacto con el mundo real, enterarnos de las últimas noticias… ya sabes, desentendernos un rato de todo lo que está sucediendo.

 -¿te gusta ser quién eres? – Le preguntó Dani apoyando los codos en la mesa y dejando que su delgada barbilla descansara entre sus manos – me refiero a ser jefe de un clan.

 -Lo he asumido – se pasó la lengua por el labio inferior pensando en silencio. –No todos estamos de acuerdo con lo que nos ha tocado. Supongo que cuando las cosas ocurren es porque no hay más remedio.

Diego hablaba sin poder apartar la vista de ella. Estaba fascinado con aquellos ojos cambiantes como si fueran aguas cristalinas que se mecían al compás de la luz agitada del local, una docena de bombillas que colgaban del techo balanceándose por el aire que se filtraba en el sitio, sus ojos tenían el tono de diminutas olas que rompían en un mar embravecido dejando crestas blancas.

Dani ocultó un bostezo con la mano. Esta vez el hombre acarició su respingona nariz con el dedo.

 -¡estoy muerta de sueño! – Susurró entrecerrando los ojos - ¿no puedes delegar en otra persona? – continuó preguntando.

 -No soy capaz de pasar mi responsabilidad y mi deber a nadie.

 -Sería muy injusto para la otra persona ¿verdad?

 -Ya lo creo – respondió viéndola luchar con fuerza por mantener los ojos abiertos.

 -¿y para ti? ¿No es injusto para ti?

¿Qué podía contestarla? La injusticia era lo más normal y cotidiano en su vida, si no que le preguntaran por que no era capaz de abrazarla y llevarla algún sitio más privado. Por Seth. Por no moverse entre las filas rebeldes degollando a cuanto Justo y Corso se cruzara en su camino. Por su gente.

Ojala tuviera otra conciencia menos leal.

La puerta principal del “muro” se abrió con demasiado fuerza. Un marco con el espejo hecho añicos cayó contra el suelo desparramando trozos de vidrio.

Todos observaron en silencio la llegada de tres hombres.

 -Os doy las gracias – gritó con voz ronca uno. Diego le reconoció, era el mismo al que habían secuestrado a su hija – Os doy las gracias – repitió recorriendo el local con la vista, depositando sus ojos en todas y cada una de las personas que había en ese momento.

 -¿Qué ocurre? – preguntó Vaquero acercándose a él.

 -Esta madrugada unas personas de buen corazón me han devuelto a mi pequeña – se limpió las lágrimas de alegría con el dorso de las manos y pasó a contarles como la joven había aparecido en la puerta de su casa.

Diego se sobresaltó cuando Carmele dejó caer un plato de tostadas sobre la mesa. Dani, que ya se había dormido levantó la cabeza desorientada con una exclamación ahogada.

 -¿Qué pasa? – susurró.

Carmele se había vuelto a marchar esta vez más enojada que antes. Diego no entendió la actitud de la dueña. Estaba sorprendido.

Los moteros debían haber rescatado a la joven ¿Quién si no?

Estudió a Dani con atención adivinando que ella estaba involucrada. Ese ere el motivo de que Carmele estuviese enfadada con ella. Se acercó hasta Dani posando sus labios en la oreja donde colgaba un solitario brillante:

 -¿Entrasteis en la fortaleza de los Justos?

 -¡¿Qué?!

Diego señaló con la cabeza al hombre que seguía contestando preguntas sobre el rescate de su hija frente a la puerta. Vio como los ojos de la joven se dilataron repentinamente.

 -No puedo hablar de eso – murmuró mirando con pena las altas escaleras – no siento los huesos, no puedo moverme – gimió incorporándose con lentitud. El sueño y el sopor se apoderaban de ella por momentos.

 -Si me dices cuál es tu dormitorio te llevo, es lo menos que puedo hacer. – dijo sin saber porque se había ofrecido.

 -Subiendo la escalera a la derecha, la cuarta puerta de la izquierda – antes que él se levantara, Dani lo detuvo apoyando las palmas de sus pequeñas manos en los anchos hombros – Gracias Torresino, pero yo puedo sola – le guiñó un ojo divertida.

 -¡Yo que me estaba haciendo ilusiones! – fingió decepción. Se había dado cuenta que le encantaba estar en su compañía. Por bromear, por iniciar una amistad tampoco iba a pasar nada ¿verdad? Imaginó que Seth no se molestaría con eso.

 -Ya me he dado cuenta – se burló ella con una risa ronca, sensual, cargada de sinceridad, espontanea. Dani se agachó y le besó una mejilla antes de girarse dispuesta a subir las escaleras.



9

Dani soltó una exclamación al sentirse elevada por encima de la barandilla de la escalera.

En un acto reflejo intentó girarse pero su cabeza golpeó con la de Torresino. Nariz contra nariz. Frente contra frente. El hombre bizqueó.

 -¡Ay! – se quejó. Continuó subiendo los peldaños con cuidado de no tropezar.

 -¿Qué crees que estás haciendo? – preguntó ella rodeándole el cuello con su brazo. Estaba físicamente agotada aunque emocionalmente se sentía flotar. No por el hecho de estar a una buena altura del suelo si no a lo sucedido entre Diego y ella. Esa charla tan cálida la habían dejado un buen sabor de boca.

 -¿a la derecha? – Diego se había detenido en el largo corredor mirando a ambas direcciones.

 -Sí, la cuarta puerta de la izquierda – repitió Dani entre risitas.

Diego tenía una mano bajo sus piernas y la otra sujetaba sus caderas. La sostenía como si ella no pesara más que una pluma.

Atravesó el pasillo y la dejó en el suelo frente a la puerta. Ella alzó la mirada observándole con expresión risueña, Diego se frotaba la frente donde poco antes se había golpeado.

 -La culpa ha sido tuya – le regañó Dani – me has cogido tan de improviso… - dejó la frase en el aire. Aquellos ojos de león se clavaban en su rostro de una manera directa. Supo que la miraba los labios ¿Por qué no la besaba si veía el deseo escrito en su cara?

Él se apartó y sonrió levemente antes de empujar la puerta con una mano sin hacer el menor esfuerzo por pasar.

Dani se dio cuenta de su repentino cambio. A penas dos minutos antes él había estado a punto de besarla y sin embargo se había retractado ¿Por qué? ¿No la gustaba?

 -Tienes la cabeza muy dura -  la provocó Diego con un guiñó.

Dani extendió la mano y la posó en la fuerte barbilla del hombre con ternura. Había sido un impulso difícil de controlar. Le veía todos los días tan guapo y tan lejano.

Durante una temporada se había imaginado como serían las cosas si ella fuera su mujer. Había soñado con sus miradas, con su voz. Se había excitado con solo pensarlo.

Diego Torresino Cifuente, el amor de su vida aunque él nunca llegara a saberlo. El hombre que estaba interesado en la bella Alicia.

¡Alicia!

Dani apartó su mano con un suspiro apagado. Trató de sonreír pero el recuerdo de su prima convirtió su sonrisa en una apenada mueca.

 -Me he enterado que Seth se ha unido a nuestras filas y me alegro mucho – comentó dando un par de pasos al interior del dormitorio.

Una cama de grandes dimensiones ocupaba la mayor parte del cuarto. Un armario, una mesilla y un arcón eran los únicos muebles que decoraban la habitación.

El lugar era bastante impersonal y frio. Ningún cuadro, ningún retrato.

 -¿Dani, y tu familia? – preguntó Diego curioso desde el hueco de la puerta.

Ella anduvo hasta el arcón y se despojó la cazadora. Llevaba una camiseta de licra negra ajustada a su cuerpo. La prenda se adhería como una segunda piel aplastando sus senos. La hacia más delgada y sin formas. Era el precio a pagar si quería llevar ropas cómodas que no impidieran sus movimientos en sus salidas nocturnas.

Se sentó en el arcón inclinándose para desatar los cordones de las botas.

 -Supongo que estarán en casa – contestó sin mirarle, totalmente concentrada en los finos cordones que aflojaba con lentitud – imagino que estarán planeando algo.

 -¿de qué poblado eres?

Dani se sacó una bota y le miró.

 -De aquí – lanzó el calzado contra el costado del armario – mi casa es el “muro” Conocí a Cruz hace tiempo y la convencí para que me dejara quedar – abrió los brazos como si quisiera abarcar la habitación entera – Esta es mi casa hasta que no consigamos la libertad.

 -¿y si no lo conseguimos?

 -Si pensara de esa manera ni siquiera me esforzaría en intentarlo – se puso en pie y caminó hacia la única y estrecha ventana – Mira – espero a que Diego se asomara junto a ella. En el aparcamiento la gente se arremolinaba esperando recoger los alimentos que habían conseguido esa noche - ¿Qué harían esas personas si no tuvieran que comer? – Se volvió a él con seriedad - ¿Qué harías tú?

Diego tardo en responder observando el exterior con actitud pensativa.

El lugar se había llenado de vehículos y personas que charlaban mientras cargaban sus camionetas o esperaban que les repartieran los cajones con los víveres.

 -Lo ponéis tan fácil que no se me ha cruzado por la cabeza hacer nada – contestó apoyando la frente contra el cristal de la ventana – pero si realmente eso sucediera, no tendría más remedio que salir a buscarlo.

Dani asintió satisfecha:

 -No te rendirías ¿verdad? – Suspiró admirando el perfil bronceado, el grueso cabello castaño– No tendrías nada que perder. Sales a robar y pones a tu gente en peligro, no sales y se mueren de hambre.

Diego la observó con sus ojos dorados cargados de remordimientos y Dani sintió todo el peso de su pena. Le cogió una mano y entrelazó los dedos con los de él.

Ambos se quedaron en silencio observando los rostros que reían emocionados en el aparcamiento después de haber recibido las primeras necesidades. ¡Con que poco se conformaban! Solo con sobrevivir.

Alguien carraspeó junto a la puerta y Dani se apresuró a soltar a Diego volviéndose hacía la entrada.

Alicia con rostro cansado atravesó el dormitorio y se sentó en la cama.

 -va a caer una buena tormenta – comentó como si encontrarse a Torresino allí fuera lo más normal del mundo.

Dani fue hasta ella para recostarse en el colchón. Tenía agotadas las pocas fuerzas que la quedaban. Si hubiera un momento en que ella estuviera más indefensa era precisamente ese.

Alicia rozó su muslo con las puntas de los dedos en una suave caricia.

Diego las observó envidiando a la belleza morena. Era él quien deseaba acariciar a Dani, velar sus sueños.

La joven se quedó dormida antes que aquellos dos abandonaran la habitación cerrando la puerta con suavidad.



10

La espalda de Seth golpeó contra el suelo del cobertizo, otra vez.

Diego hundió la cabeza entre sus manos evitando soltar la ruidosa carcajada que amenazaba con brotarle en la garganta.

Dani en cambio no tuvo ninguna consideración con Seth que con las mejillas teñidas de rojo la miró con el ceño fruncido. Empero él era decidido y no tenía problemas para entrenar a pesar de los espectadores que se habían reunido curiosos.

 -Cruz, no le des mucha caña – bromeó Alicia divertida. Se hallaba sentada en un cajón de madera observando el entrenamiento.

Varios jóvenes, lejos de reírse miraban el combate con interés.

 -¿Por qué no pruebas tú, Diego? – le picó Dani con una sonrisa inocente.

Diego se arremangó las mangas del oscuro jersey pero no se levantó de su sitio.

 -Creo que es más interesante ver como mi hermano cae una y otra vez.

La tarde fría y lluviosa había obligado a los jóvenes a cobijarse y como el “muro” estaba repleto a esas horas (nunca sabían dónde podían estar los traidores) habían acudido al cobertizo que se hallaba en la parte trasera del local.

Solo había personas de confianza aunque Diego tuvo que reconocer que a muchos de ellos no les había visto nunca.

Cuanto más observaba a Dani, más se preguntaba porque no había reparado en ella hasta que Seth le abrió los ojos.

¡Lástima que fuera demasiado tarde! ¡Nunca podría competir con su hermano por una mujer!

Recordó sus palabras; solo tiene ojitos para ti… y era cierto. Él lo sabía, lo notaba, sentía el calor de aquella mirada gris, sus tímidas sonrisas, el hermoso rubor que pintaba sus mejillas.

La mente de Diego era una continua guerra contra el súbito deseo de estar con Dani. Por supuesto su raciocinio siempre predominaba pero no podía evitar bromear con ella, reír con ella.

Tan solo habían pasado unas semanas desde que descubriera que se sentía atraído y cada vez que pasaba más tiempo cerca de ella, más se le iba metiendo en la sangre.

Era un pecado, lo sabía. Una traición más honda que cualquier otra. Robarle la mujer a un hermano. ¡Impensable!

Ya no solo por la gente y el que dirán que le traía al fresco. Incluso ese no sería el castigo para dos personas que se aman. El castigo, la crueldad seria perder un hermano.

Diego amaba a su familia, adoraba a Seth al que siempre había protegido o eso había querido creer. Solo ahora comprendía que Seth había sido el menos cobarde, el primero en todo.

Nunca había pensado mal de su hermano, al contrario, eran confidentes, todo el día juntos de un lado para otro, inseparables.

Dani le gustaba para él, no para Seth. Dani estaba enamorada de él, no de su hermano y a pesar de conocer esas verdades ¿Qué puñetas podía hacer?

No quería alejarse de Dani, ¡no lo haría! Prefería sufrir viéndola cada día de su vida a no volver a verla más.

Siempre tendría una gran amistad con ella, un cariño fraternal, después de todo serían cuñados.

 -¡que cobarde! – le provocó Dani mostrando su hermosa dentadura en una amplia sonrisa. – no me digas que sientes miedo.

 -¿contigo? – Preguntó mirándola con los ojos abiertos -¡Dani si con una mano podría derrotarte!

 -¿Eso crees?

No contestó porque alguien comenzó a golpear la puerta. Todos guardaron silencio.

Vaquero ingresó hasta el centro donde Seth y Cruz habían detenido el entrenamiento.

 -Han quemado una de las granjas de los Castro -Irún – dijo con voz alta – el poblado donde desapareció la muchacha.

 -¿Daños? – le preguntó Alicia sin levantarse del cajón y moviendo una pierna con indiferencia. Diego porque la vio mover los labios si no, no hubiera sabido con exactitud quien habría hablado.

 -Una familia de cinco miembros pudieron huir. Animales, campos, edificios, todo ha sido calcinado – explicó el hombre agitando su sombrero contra su muslo para sacudir las gotas de lluvia.

 -¡pues sí que se han ofendido los Justos! – exclamó uno de los muchachos más jóvenes del grupo.

 -Pues que rabien – dijo otro.

Un grupillo de varias personas continuó una pequeña charla dichosos de haber estropeado en cierta medida el plan de los Justos con la muchacha raptada, aunque las consecuencias habían sido feroces.

 -¿Los han visto? ¿Qué ha pasado con esa familia? – insistió Cruz adelantándose hasta Vaquero.

 -¿sobre qué hora? – intercaló Alicia levantándose de su asiento.

 -Un par de horas a lo sumo. La familia está bien, cuenta que entraron utilizando la fuerza.

 -¿no vinieron escondidos? – Se interesó Dani – Eran moteros ¿verdad?

 -No se han escondido, tres motos.

Diego escuchó con atención cruzando la mirada con Seth en varias ocasiones. Dani seguía cerca de él, la sentía sin verla.

 -¡vámonos! – ordenó Cruz.

Diego sorprendido vio como todos se lanzaban a la puerta casi con prisas.

 -Seth – llamó Dani elevando la voz – vienes conmigo – dictaminó con un tono de timbre firme y peligroso.

El corazón de Diego latió a mil por hora. No pudo explicarse el incipiente temor que afloró en su pecho. Miedo a que pudiera pasar algo aquellas dos personas a las que amaba. Por qué a Dani la amaba ¿no? Posiblemente se diera cuenta en aquel preciso momento. Lo que sentía por ella no era una simple atracción, no señor, había mucho más.

Un sudor frio le cubrió la nuca y salió al exterior con los demás.

Las motos aparecieron como por arte de magia ¿Dónde las tenían escondidas?

Seth montó tras Dani que ya se había colocado el casco.

Observando las motos de gran cilindrada se fijó en que cada una a pesar de ser negras, llevaban una corta y ancha pincelada de un color diferente, en algunas dos pinceladas. Eran como una forma de identificarse entre ellos.

Solo había seis motos de todas la que sabía que había. Las chicas de Carmele, Seth y otro joven que también iba de paquete. El resto se quedaba en el “muro” a esperar.

Seth y él intercambiaron una rápida y preocupada mirada. Le vio ponerse el casco y abrazarse al estrecho cuerpo de Dani.

A punto estuvo de bajar a su hermano de allí y ocupar su lugar. Seth estaría seguro en casa y él se encargaría de proteger a Dani con su vida.

Las motos desaparecieron de su vista.

Vio a Dani elevar la rueda delantera durante una fracción de minuto y agitar la mano hacia él a modo de despedida, comunicándole en silencio que volverían a verse.

Carmele le sobresaltó colocando una mano sobre su hombro:

 -No te preocupes, no van a exponer a tu hermano al peligro. Son guerreras Diego. Ellas no defienden ni esperan…Simplemente… atacan.

Carmele se giró para entrar en el local. Diego dudó unos segundos antes de dirigirse a su furgoneta y poner rumbo al poblado.

Frenó en el cruce de caminos mirando a ambos lados. Nada le impedía acercarse a las tierras de los Castro - Irún. Agarró el volante con fuerza y respiró ruidosamente. Siguió el camino que había iniciado. Esperaría a su hermano en casa y las palabras de Carmele cayeron con fuerza sobre sus hombros: Son guerreras y atacan.