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martes, 24 de enero de 2012

Programación Zafiro

LANZAMIENTO AUTORA TÍTULO GÉNERO
noviembre Angie García Buscando novio sin morir en el intento chick lit
noviembre Arlette Geneve Amarte, siempre II guerra mundial
noviembre Lola Rey El final del invierno regencia
diciembre Nieves Hidalgo Magnolia histórica
diciembre Ana Fernández Declaración de amor medieval
2012*
LANZAMIENTO AUTORA TÍTULO GÉNERO
enero Megan Maxwell Olvidé olvidarte contemporánea
febrero Claudia Velasco Somos tú y yo regencia
marzo Lola Rey Escándalo regencia
abril Teresa Cameselle Falsas ilusiones histórica. España XIX
mayo Sandra Palacios Bree Perdona por mentirte histórica
junio Anna Casanovas Un beso a oscuras contemporánea
julio Lucía F. Ballesteros Impetuosa regencia
septiembre Carolina Cancelarich Destinada a una máscara histórica
octubre Marina Capilla Cuando amanezca la luna histórica
noviembre Andrea Milano La protegida del lord histórica/paranormal

domingo, 22 de enero de 2012

Deseos de Cristal

Una larga espera.

Manuel caminó lentamente hacía el aura dorada incapaz de apartar la vista de la luminosidad que irradiaba. Un aro incandescente flotando en el aire.

A medida que se acercaba, los músculos de sus piernas fueron ganando fuerza y su espalda se irguió.

Confundido, se detuvo durante unos momentos y miró sobre el hombro aquello que dejaba atrás. Su vida.

Le escocieron los ojos abnegados de lágrimas pero no lloró.

Observó, como si se tratara de una ventana, a sus hijos, a sus nietos. Ellos no podían verlo a él. No podían imaginar que había despertado en otro plano de una dimensión diferente.

Manuel inició su último viaje con una única ilusión. Deseaba que ella estuviera esperándolo en el otro lado. Ella, la que robaba sus sueños en la noche, la que hería con su ausencia desde hacía varios años.

Aspiró con fuerza. El aire no penetraba en sus pulmones y sin embargo podía respirar, olía un aroma fresco, limpio, nada que le trajera un recuerdo en concreto.

Estiró las manos, la hermosa luz se hallaba al alcance de sus dedos y vio con sorpresa, que su piel ya no estaba surcada de arrugas y la artrosis de sus huesos había desaparecido.

Ahogó un gemido lastimero nacido de sus entrañas.  Abandonaba todo lo que había conocido hasta ahora, moría y no sentía temor alguno. Moría y rejuvenecía.

Se pasó la mano por la cabeza y acarició su cabello, mechones gruesos y sedosos que habían desaparecido hacía quince años.

Tragó nervioso y escrutó el aro de luz. Sus ojos no necesitaron adaptarse y en seguida la vio.

Estaba envuelta en una fina túnica blanca, inmaculada y brillante. Sus cabellos largos se mezclaban con metros y metros de gasa plateada. Le recordó el día que contrajeron matrimonio, tan bella y dulce, tan joven…

Ella le tendía una mano y su boca brillaba con una hermosa sonrisa. ¡Era ella! Corrió en su dirección temeroso de perderla de vista. Lo hizo sin dudas, con decisión. Hubiera sido capaz de reconocerla en cualquier lugar.

La alzó en brazos y la hizo bailar bajo una miríada de estrellas. Escuchó su risa cristalina como música celestial, sintió su piel sedosa y tersa. Estudió sus adorables gestos, dándose cuenta que muchos ya los había olvidado. Disfrutó como hacía años no lo hacía.

Manuel solo era capaz de ver los queridos ojos que le hablaban de cosas bellas, del amor infinito que los unía.

Otra vez volvían a estar juntos, como antaño.

 -Aun no puedes venir – susurró ella – Todavía te esperan.

 -¡Pero no quiero regresar! – contestó.  – ¡Quiero quedarme contigo!

 -Y vendrás, pero de momento no es la hora – le acarició la mejilla ¿o solo fue fruto de su imaginación? Como una ligera presencia en su cara – Ellos siguen contigo y te quieren. No te tienen aparcado en un frio banco de piedra, en el parque. No te gritan ni te regañan como si fueras un chiquillo. Ellos no pueden alejarse de ti, te siguen viendo como al padre de su niñez, el que les enseñó a caminar y a ir de frente por la vida. Ellos necesitan hacerte feliz, verte bien. Te aman.

 -Y yo te amo a ti – gimió con el alma desgarrada. Su corazón partido en dos.

Ella comenzó alejarse, descalza, sobre la nada.

 -¡Jimena! – Gritó él - ¿Por qué no puedo elegir?

 -Yo no tengo ese poder.

 - ¿me seguirás esperando? – más que una pregunta fue un ruego.

 -Te esperaré siempre – fue lo último que la escuchó decir, se evaporó llevándose la luz consigo. Dejando todo en una completa oscuridad.

Manuel despertó llorando y alguien corrió a pasarle un fino paño por los ojos. ¿Sería ella?

Descubrió la preocupada mirada de su hijo, ¡era tan parecido a Jimena! Sus ojos claros del color del firmamento, su cabello ceniza…

Se observó las manos arrugadas de dedos curvos y sus labios temblaron sollozantes.

Sintió de nuevo el dolor de sus huesos frágiles, la enfermedad que lo postraba en una silla de ruedas.

¡Qué injusto no poder escoger! No tener la opción de elegir. Él ya tenía todo hecho en esta vida. ¿Para qué vivir más?

 -¡Me has asustado, padre! – le besaron en la frente.

Manuel enfocó su visión borrosa hasta los ojos de su hijo y comprendió.

 La vida pasa como un efímero suspiro, como un chasquear de dedos, como un lapsus de tiempo suspendido en el espacio.

 -Ya falta menos – respondió Manuel en un ronco suspiró.

 -¡No digas eso! Sabes que no me gusta…que bromees sobre esas cosas. ¡Parece que lo estás deseando!

Manuel no contestó. Por su mente cruzó el rostro de ella, su sonrisa y aunque pudo asentir, prefirió no herir a su hijo.

No podía decirle que la felicidad le aguardaba al otro lado, que allí no había dolor ni era un anciano, que la hora se acercaba y él se sentía deseoso por marchar. ¡Nadie le entendería! ¡Pensarían que era un viejo loco!

¡Que lastima! Jamás había estado más cuerdo en toda su vida. Él era el único que sabía la verdad, se marcharía con ella.

Y cuando se fuera por fin, lo haría con una sonrisa complacida de haber vivido una dicha plena. Puede que la historia no hablara de él ni apareciera en ningún libro. Después de todo, lo único y más importante de la vida es amar y ser amado.

Los pájaros seguirían volando, el sol continuaría saliendo, alguien contemplaría la luna clara en las noches y el ciclo de la vida continuaría...

El adios


Era abril y el sol brillaba.


La música sonaba a toda pastilla por los numerosos altavoces haciendo eco, perdiéndose en los alrededores, flotando en el aire.


Voces, risas, ambiente festivo. Olor a caramelo, azúcar quemada.


Era mi día. Mi cumpleaños. Y allí estaba yo, escondido en un rincón, sin escuchar la música, o puede que sí porque esa melodía me recordaba a ella.


No observaba a nadie, y miraba a todos esperando a que apareciera a pesar de tener en mi mano aquella carta. Aquel trozo de papel donde los párrafos bailoteaban frente a mí y las letras se unían en frases dulces teñidas de dolor, pintadas de amargura.


Era mi cumpleaños y ese era mi regalo. Aceptaba la ruptura. Aceptaba que yo no quisiera continuar con nuestra relación, aceptaba no volver a verme nunca más.


Debería haberme alegrado, ya no tendría ese miedo por protegerla en todo momento, ni pensaría continuamente en ella, ni desearía enredarme en sus cálidos brazos ni en su cuerpo. Nunca más volvería a tener la duda de lo que hacía ella a cada instante. Ahora por fin podría enterrar aquellos celos ardientes de verla con otro.


Aquel día de abril me tenía que haber sentido alegre, emocionado… liberado.


No fue así, porque aún la esperé a ella.


Reí en silencio, no sé si con cinismo. Había sucedido lo que yo quería, lo que había estado persiguiendo durante aquella última semana.


Me arrepentí muchas veces de conocerla, de pervertirla con mi fama de mujeriego.


Quería preguntar porque de todas las mujeres que había, la elegí a ella. Pero en mi interior siempre supe la respuesta aunque no quisiera admitirlo.


Ella era… ella. Hermosa, alegre, tímida e ingenua. Una más en mi larga lista de conquistas. Una más de las que realmente nunca lleve una lista, ni una numeración. Nunca fui tan infantil como para hacer algo así.


Desde un principio las cosas se sucedieron con prisa.


La enamoré, la besé, me la llevé a la cama y alcancé el cielo arrobado por esa nueva sensación. No rompí con ella después. ¿Por qué no lo haría entonces?


Permití que se me fuera metiendo en la piel, en la sangre, en mi carne. Adoré todas sus risas, sus bromas. Amé el brillo de sus ojos al hacerla el amor. Me bebí sus ronroneos de placer con sed. Y escuché sus sueños imaginando que yo podría estar en ellos.


Pero de pronto lo vi. Mi libertad se estaba agotando, me iba a cortar las alas y aún era muy pronto para mí.


Yo, que siempre he estado acostumbrado hacer de mi vida una aventura sin rutinas ni preocupaciones, sin tener que rendir cuentas más que a mí mismo. A nadie debía una explicación.


Las mujeres solían buscarme, daba igual solteras que casadas y a mí me gustaban demasiado las mujeres.


Pensé que siempre sería así y en ningún momento pasó por mi cabeza la idea de cambiar.


Con ella había sido todo tan… diferente. Porque con ella fui fiel.


Intentaba buscar su rostro entre las demás, necesitaba su sonrisa. Hasta que un día desperté y el temor obnubiló toda mi mente. El miedo a poder cansarme de sus besos, de las tibias manos que me enloquecían, de sus curvas tentadoras. No deseaba hacerla daño. Ella no merecía sufrir por mí.


Decidí que era ella quien debía acabar con aquella relación, se lo debía.


Fui el primer hombre de su vida. Un maestro que se volvió un inexperto entre sus brazos.


Quise que me conociera realmente como era. Nunca tuve un hogar al que llamar mio. Mi familia, con la que nunca traté, eran delincuentes y vagabundos. Tuve que hacer cosas de las que no me siento orgulloso.


Cuando ella encontró en el bolsillo de mi camisa la tarjeta de un club, pude ver como sus brillantes ojos grises se apagaban cegados por un velo de tristeza.


Aquello no basto y fingí serla infiel. Aquella noche la hice el amor sintiéndome culpable de lo que hacía y ella me amó con toda su alma. Recorrió mi piel con los dedos, con los labios. Era su adiós y la correspondí con todo.


Por fin lo conseguí. Volvía a ser libre. Pero no quise salir de mi rincón.


Agité el papel y comencé a releerla:


“Mario, imagino que sabes bien de qué trata esta carta. No es que quiera dártela como regalo pero tú la necesitas.


Sé que para estar a tu lado aún me falta madurar mucho y el tiempo se agota.


No te sientas culpable de nada porque te conozco, sé cómo piensas y lo que sientes.


Tomemos caminos separados, sin rencor y puede que en algún lugar y en cualquier momento de la vida volvamos a encontrarnos y podamos sentarnos tranquilamente a charlar.


Sé que tú no eres para mí ni para ninguna y que eres mio y de todas.


No te culpo de ser tú y no me arrepiento de haberte conocido. Al menos yo sabré que durante un tiempo, del que ya ni te acordaras, yo estuve contigo al igual que tú conmigo.


Te quise, aún te quiero… puede que siempre lo haga.


Yo he cumplido tú deseo y me gustaría que me correspondieras de igual manera. Sé feliz… lejos de mí.


Carla”


Y ahora que entiendo la palabra amor, ahora que ya la he perdido, estoy vacío. Muerto en vida.


Doblé la carta con cuidado y sin mirar atrás me alejé de mi fiesta.


Solo pasó una semana desde aquel triste adiós, siete días vagando como un autómata, como un robot desprovisto de alma que ni siente ni padece. Horas en que no podía apartar su recuerdo de mi mente, su rostro dulce y la tierna sonrisa que se había asentado en mi corazón marcándome a fuego vivo.
Si yo hubiera sabido que la iba a echar tanto de menos, si tan solo hubiera imaginado que sería más doloroso que mi propia soledad…
Era tarde para arrepentirse, tarde para mí, para volver empezar.
“Carla”
¿Por qué ya no salía el sol? ¿Por qué todo mi mundo se venía abajo?

La humedad de la lluvia cubría los suelos de la calle reflejando los luminosos destellos de las farolas. Otra vez mis pasos llegaron hasta su portal y me detuve expectante. Esperé verla salir o entrar, pero aquella noche como todas las pasadas, Carla no asomó a la puerta ni a la ventana.
Sentí deseos de llorar, de salir corriendo hasta que mi cuerpo agotado no pudiera continuar, de gritar su nombre rogando que volviera a mí, de nuevo.
En su carta me pidió un favor, el único que no estaba dispuesto a cumplir. No deseaba ser feliz sin ella. ¿Acaso siete días era demasiado para poder recular? ¿Para dar marcha atrás? ¿Para borrar todo el dolor causado?
-Mario ¿Qué haces por aquí?
Antes de volverme supe que era ella y cuando la miré sentí los nervios fuertemente prendidos a mi estómago. ¿Qué podía decirla?
-Me he confundido Carla.
Ella me dio la espalda para cruzar la calle y penetrar en su portal. La cogí de la mano con fuerza, con temor a que se soltase de mí. Carla no me miró. Estaba sufriendo igual que yo.
-No te creo – contestó con voz ahogada al borde del llanto.
La abracé, quería sentir su calor, apoderarme de los latidos de su corazón, beber de su alma. Quería todo de ella, sus miradas…sus sonrisas…
-¿has dejado de amarme? – la pregunté aterrado de conocer su respuesta. Su aroma fresco y suave como las flores en primavera inundaron mis sentidos - ¿lo has hecho?
La escuché suspirar y la obligué a que me mirase a los ojos, aquellos discos amados brillaban abnegados en lágrimas.
-¿Cómo convencerte de que vuelvas a mi? ¿De qué entiendas el miedo que me entró?
-¿ya no sientes miedo? – me preguntó.
-Sí que lo siento. Miedo a herirte de nuevo, miedo de hacerte daño, miedo a vivir sin ti. Tengo miedo del aire que respiro que me ahoga provocando la agonía en mí. Tengo pánico de no volver a compartir el amor contigo, un día a tu lado. Tengo terror de pensar que pasas de largo en mi vida sabiendo que eres la única mujer que amo y amaré.
Si los ojos de Carla no hubieran brillado de felicidad, hubiera sido capaz de arrastrarme con tal de obtener su perdón, de arrodillarme pidiendo su clemencia.
-Cásate conmigo Carla.
-No.
Su contestación resquebrajó mi alma de hombre. Me sentí ruin, despreciable…
-Mario, volveremos a empezar y me demostraras día a día que puedo confiar en ti.
Mi pecho explotó de alivio. Carla me daba una segunda oportunidad, la última, la única que necesitaba para volver a ser feliz.
Y volvimos a empezar y juntos dijimos adiós, adiós al pasado.
-Hola ¿Qué tal? Me llamo Carla. ¿Y tú?

Descubriendo a la mujer

Descubriendo a la mujer


Lo siento tengo mono de escribir. Espero os guste.

Hoy es como ayer y sin embargo, mi mente funciona de otra manera. Yo soy la misma y nada a

mí alrededor parece cambiado. Pero hoy me acuerdo de ella, siempre lo hago, es inevitable, la

quiero.

Hoy la veo a ella, tal y como es, sin máscaras ni condiciones.

Me doy cuenta de que no la conozco, de que nunca me preocupe por hacerlo, de que nunca

pude separar las dos almas que lleva en su interior.

Siempre la vi fuerte, dura como una roca, inmortal. Tan cerca de mí y a la vez tan

dolorosamente lejos.

Todo mi mundo giraba en torno a ella y yo, no lo veía. Ella estaba allí.

Sí la necesitaba, corría por mí. Apoyaba su mano sobre mi frente. Aún la siento suave y fresca

sobre mi piel ardiente, con aroma al jabón de rosas.

Todavía puedo ver sus ojos castaños, del color del caramelo fundido. La recuerdo. Ahora parece

tan distante y...tan triste, moviéndose en silencio, casi con prisa, pasando inadvertida.

La miro tratando de leer sus pensamientos, imaginando lo que ella siente.

Está casada. Su vida es monótona, corriente. Sus hijos, su alegría. ¿Su única alegría? En las

tardes se sienta en un anticuado sillón, coge su novela y entre tanto alboroto trata de leer. La

lectura. Su único vicio. Un vicio Incomprendido. No me acuerdo de sus risas, pero sé que las

hubo. Sus alegrías se esfuman de mi memoria. Tan sólo se limita a vivir.

Ella está aquí, en mi cabeza, en mi corazón. Ella escucha mis problemas, mis dudas, mis

pensamientos. Vive por mí y moriría por mí. Entonces hoy ¿por qué me siento capaz de

separar su alma de mujer y verla realmente cómo es? Quizás mis ojos han estado cegados por

mi egoísmo y hoy, al abrirlos de nuevo, he visto las cosas desde una perspectiva diferente, más

tierna, más humana. De nuevo vuelto la vista atrás y descubro a una mujer joven, bella, alegre.

¿Es feliz? ¿Lo fue? No sé cómo se enamoró, mí como fue su primer beso, ni lo que sintió.

Nunca me contó nada y me siento mal al pensar que todos esos sentimientos los guarda para

ella.

Quisiera hablar con ella, conocer su alegría de niña enamorada, sus deseos más locos y

descabellados. Quiero escucharla reír. ¿Cómo son sus bromas? Necesito saber que fue feliz,

que fue feliz y que sigue siendo amada. ¿Es ese hombre el amor de su vida? Ella no lo dirá y yo,

no lo preguntare jamás.

Busco en sus ojos, la tierna mirada llena de paz. ¿Fue apasionada? ¿Aún lo es?

Suelto una carcajada, corta, con desgana, despectiva y miro el libro que hay sobre la mesa. Era

de ella. Lo leí hace mucho tiempo, como tantos otros que me fue regalando. Ahora conozco su

secreto.

Esas novelas que perduran eternamente, donde los caballeros son hombres y las

damas...señoras. Donde el amor y las escenas más ardientes se reproducen como una película

en la mente del lector. Unos renglones que hacen soñar, volar en el tiempo y vivir en un mundo

mágico. Crear un amor para la imaginación, para seguir viviendo. ¡Qué pena no haberla

descubierto hasta ahora!

Y aún sigo exigiéndola más, como sí me perteneciese.

Me gustaría llamarla, abrirla mi corazón, desterrar está vergüenza que siento. Quisiera ser su

amiga. Necesito que entienda que la quiero, que se lo que esconde su alma. Sé cómo sueña y a

pesar de esconderse tras esa fachada de abuela y madre, sigue siendo mujer.

Desea que la digan lo bonita que se ve con ese vestido nuevo, o que hermosos sus ojos cuando

brillan soñadores. Necesita saber que la quieren, que piensan en ella.

_Yo lo hago, madre.

Hoy te veo diferente. Ahora eres mi igual, ni mayor ni menor. Eres persona como yo. Tú corazón

late igual que el mío y tus ojos lloran igual que los míos.

Me gustaría saber en qué lugar del camino te deje atrás y sin embargo sé que sigues conmigo

tocando mi frente.

Me regaló la vida, me dio a conocer en su mundo. Me consejo, me cuido. Se preocupó por mí y

lo sigue haciendo. No he sabido valorar tantas cosas. Su amor infinito, su cariño.

No sé quién soy yo ahora. La que escribe bellas palabras o mi única que nunca te dijo: TE


QUIERO, MADRE.

pido un deseo

PIDO UN DESEO

La veo y sin querer sonrió.
No puedo evitarlo.
Es La niña de mis ojos, la única que puede manejar mis sentimientos a su antojo.
Es quién me hace sonreír y quién a su vez me hunde en la más profunda de las penas.
La veo.
A veces pasea sola por las calles, con la mirada perdida. Sé que piensa en él y yo me siento morir.
Me gustaría gritarla: ¡Estoy aquí! ¡Yo si te quiero!
Entonces veo su rostro, veo su mirada enamorada y mi corazón se rompe un poco más, porque el amor que siente es por él, no es por mí.
La veo. Es tan bonita con sus ojos de un gris indefinido, como un mar de plata liquida.
Me mira, me sonríe.
Soy su amigo, su confidente y no puedo evitar hundirme en aquel pozo que me desgarra más y más, en aquella oscuridad de la cual soy incapaz de salir.
Viajo al pasado.
Todavía soy capaz de rememorar las largas trenzas castañas. Las medias hasta las rodillas, el rostro de niña y su risa infantil.
Entonces ella no amaba.
Paseaba su muñeca de trapo en un destartalado carro que con el tiempo quedó olvidado en un rincón del patio, junto con una vieja pelota de goma con la que solíamos jugar en nuestra niñez.
Las rejas de su ventana son las mismas que entonces, donde apoyaba su carita y dejaba volar su imaginación a la luz de la farola de la esquina. Y las plantas de la señora María, las cuales, no hacía más que deshojar para preparar ingeniosas comiditas.
Aún estaban los viejos juegos de mesa bajo la lona azul y con ellos las hermosas tardes que pasamos, tan auténticas.
ÚNICAS.
Entonces era distinto, ella corría a mí, a su amigo del alma, y yo soñaba con ella, con un futuro, con un destino.

No tengo su amor, nunca lo tuve y sin embargo ella es mi dueña y yo el guardián de sus secretos.

No quiero llorar pero soy persona.

No quiero sentir estos celos que me abruman, que derrumban mi alma, que me hacen un vacío eterno y un dolor insoportable.

No deseo ver cómo le mira, como le sonríe, como toma su mano y se pierde en él.

No deseo amarla y sin embargo lo estoy haciendo.
Me tapo los oídos, sus palabras de amor no me pertenecen.

En la noche miro al cielo y le susurro a la luna. Pido un deseo a mi estrella, la que más brilla del firmamento.

"Déjame ser niño de nuevo.
Déjame creer en Santa Claus y en Peter pan.
Déjame volver a sentir entre mis brazos a mi hada,
poder revolverla el cabello entre bromas, o cargar con sus castigos"

Dame mi deseo o bórrame la memoria, porque no soporto verla llorar por él, porque soy incapaz de verla sufrir por él.
Porque sueño con verla entre mis sabanas frías y vacías, por poder rozar su piel y perderme en su cuerpo de mujer.
Y sin embargo debo conformarme...
Me habla de él, sé que no la conviene, que la hará sufrir, pero sus ojos están ilusionados y sus mejillas tan sonrosadas, que de nuevo no me atrevo hablar.
Quiero besarla y mi deseo queda oculto en mi corazón y otra vez, como siempre, vuelvo a renunciar.
Apuesto por ella y apuesto por él.
Me aparto, me alejo, me convierto en espectador y un día más me siento soñar y con el sueño vuelvo a despertar y me sorprendo:
Hoy la quiero mucho más que ayer.
Hoy, que es un día especial, hoy que ella se casa.
Acudirá hermosa a la iglesia de la Blanca Paloma, vestida de blanco. Lucirá la cascada de rosas rojas que yo la ayudé a elegir.
Observaré atento sus brillantes ojitos cuando diga el "si quiero" y atesoraré esa imagen en mis recuerdos imaginando que es a mí a quien responde.
Podré rozar sus mejillas con mis labios, hundir mi rostro en su cuello y embriagarme con su dulce perfume.
Por última vez. Y de ese modo saldré de su vida, para siempre.

"Escribo en una hoja blanca, aunque negra se mi suerte...
Le veo. Es el hombre de mi vida, pero no lo sabe.
No puede saberlo nunca.
Basta con que salga al portal, que yo le espero escondida tras la puerta.
Sé que ha cambiado.
Ya no revuelve mi pelo entre bromas, ni me coge en brazos para hacerme girar por el patio.
Ya no me sonríe como ayer, ni me canta bajito a través de las rejas de mi ventana.
Ya no escucho sus carcajadas, tan divertidas.
TAN AUTENTICAS.
Le veo y siento que un dolor profundo oprime mi garganta y me ahoga, me desgarra las entrañas porque sé, que nunca será mío.

Sé que si deja de verme se olvidará de mí, de nuestros juegos, de nuestros secretos compartidos.
Le veo cómo cada noche se asoma a la ventana, hoy con los ojos más tristes que ayer.
Mira al cielo y yo también miro.
Sé que le habla a la luna y que le pide un deseo a su estrella, la que más brilla del firmamento.
Me gustaría saber que le pide y por qué no se lo cumple. Me gustaría abrazarle y acunarle entre mis brazos.
Quisiera gritarle. ¡Yo estoy aquí! ¡No soy una niña!
Pero no puedo hacerlo, porque él nunca verá a la mujer que hay en mí.

Si él supiera, que es lo más hermoso de mi vida, que me acuesto pensando en él y me levanto con el recuerdo de sus ojos negros.
Si supiera que mi amor nació el mismo día en que le conocí, cuando imaginaba que era el papá de mi muñeca de trapo.
Entonces él no amaba, ahora sí.

No sé quién es ella que le encierra en su mundo y le hace volar con mil sueños.
No sé quién es ella pero yo la odio. Tampoco quiero saberlo porque los celos me abrasan por dentro, la rabia se agarra en mi vientre y se instala en el corazón como afilados dardos que me van pinchando poco a poco, día a día.
Ella, que se ha convertido en su dueña, que le mantiene alejado de mí.
Nunca la he visto, pero sé que existe. Si no fuera por ella, jamás me habría aferrado a los brazos del primer hombre que pasara.
Mi corazón me aprisiona en el pecho cuando le veo y sin embargo, él tan educado y caballeroso nunca me habla de ella.
Viviré recordándole, soñando que un día el destino se confundió, pensando, que nuestros caminos no se separaron.
Imaginando que va con su mochila al hombro y sosteniendo mi mano con fuerza entre la suya.

Le siento y se aleja, se aparta y con él va mi vida, mis sueños, mi alma.
Yo no hablo con la luna ni busco su estrella, porque mañana es un día especial.
Mañana me caso... y saldré por el patio observando con nostalgia mi viejo carro de juguete.
Entraré en la iglesia, la Blanca Paloma y cuando diga el "si quiero", miraré sus ojos negros.

Será ese mi sueño robado y entonces me marcharé... Pero no con él.
Hoy la he vuelto a ver.
He reconocido sus hermosos ojos grises como el cielo de tormenta.

Hoy he decidido que nunca más hablaré con la luna, dejaré en paz mi estrella. Porque la he vuelto a ver.

Su sonrisa de hada me ha cautivado, su aroma dulzón de nuevo ha podido conmigo. ¡Cuánto tiempo de no olerla!
Su voz, su risa, sigue siendo la misma. La niña de mis ojos. La dueña de mis sentimientos.
La he abrazado, y he sentido su calor, su emoción.
Me ha echado de menos tanto como yo a ella.
Me he hundido de nuevo en su cuello y sin embargo esta vez, he posado un dulce beso en aquella piel.
La he mirado a los ojos. Están cansados y acuosos, pero aún se ve ese brillo especial de niña enamorada.
Es bonita. La mujer más bonita del mundo.
He rozado su mejilla y ha roto a llorar, y yo, me he sentido feliz, porque esta vez no es un llanto de dolor. Porque esta vez, no llora por él.
Y yo estoy feliz, porque la he vuelto a ver. Porque a partir de hoy ya no tendré que soñar con ella, tan solo abrir los ojos y sentirla junto a mí.
A partir de hoy dejaré libre mis sentimientos, tiraré las espinas de las rosas que herían mi cuerpo, romperé los yugos por amar en silencio.
Abriré mis puertas de nuevo, como aquella vez.
Y tomaré sus manos cada día hasta que el último aliento nos separé, y abrazaré su cuerpo estrechándolo junto a mi corazón, echaré al destino de este mundo y lo odiaré.


Esta vez no me callaré.
La llevaré a pasear por el parque, la haré volar entre mis brazos. La cantaré al oído muy bajito y bailaré con ella el vals del amor.
La llenaré de caricias y besos, de rosas rojas y de sueños. La demostraré que ella es mi único amor.
Y la noche de luna, miraré su rostro encendido, y día tras día declararé cuanto el amo, cuánto la amé y cuanto la amaré.






Ella.


Me mira y no parece darse cuenta. Todavía cree que soy la misma de antes, la niña del patio, la de las largas trenzas castañas.
Mi cabello ahora es plateado y no tengo gracia al andar.
Las arrugas llenan mis ojos. Mis mejillas. Mi cuello.
Pero él no lo ve. Y yo lloró por el tiempo pasado, por haber estado lejos de él.
Tocó su cara con ternura, sus ojos negros brillan de amor.
Mis manos ahora tiemblan. Mi corazón no. Ahora lo entiendo todo. Aquella que odié, era yo.

Si hecho el tiempo atrás y me pierdo en los recuerdos, deseo desesperadamente convertirme en bruja, hacer un chasquido de dedos, regresar al pasado.
Mirarle a los ojos otra vez para decirle a él. “Si quiero".




Fin.

jueves, 19 de enero de 2012

El ultimo aliento

Cerró los ojos con fuerza, negándose a regresar a la realidad, al mundo de los vivos.
Escuchó el débil tintineo del cristal sobre su cabeza. Otra vez llenaban sus venas con suero y calmantes.¡como sí eso pudiera evitar sentir los movimientos de su hijo no nato aún!

Gimió.
Apenas llevaba cinco meses de embarazo.
Hacia tan sólo unos días había agradecido esos movimientos, ese cosquilleo en su vientre.

La ilusión de ser madre,la ropita, la cunita, el dormitorio...La felicidad había llenado su vida embargándola de nuevas sensaciones, de nuevos sueños, y sin embargo ahora deseaba que todo acabara pronto.

Hacia oídos sordos al vago latido de su segundo corazón, por miedo a dejar de oírlo, a que se detuviese de un momento a otro. Y lo más cruel, es que sabía que se marchaba, que abandonaba, no sin luchar por el último aliento de vida.
Una vida aún sin estrenar dejando unos brazos vacíos llenos de amor, un montón de palabras repletas de ternura.

Abrió los ojos pero no estaba en casa.
Aquella habitación blanca, fría, desnuda... Una lágrima resbaló por su sien cayendo sobre la cama de hospital.
Se hacia la fuerte.
Luchaba por mantenerse calmada y distante, a veces de un modo casi imposible cuando los sentimientos te aprisionan los pulmones impidiendo respirar con normalidad,y aún así, lo intentaba.
No podía dejar de acariciarse el vientre, animando a su bebe y fortaleciéndolo con sus palabras.

Estaba calmada o lo fingía, pero deseaba gritar, llorar y volver a gritar.
Su bebé se marchaba sólo ,sin siquiera sentir el beso de su madre. Tan sólo un único beso.
Ella quería tocarlo, amarlo, sentirlo. Cualquier cosa menos hacerse a la idea que todo estaba perdido. Que jamás lo conocería porque estaba destinado a la muerte.

No quiso verlo por última vez en el moderno monitor de las ecografías.
Se negó a conocer sí era un hombrecito o una pequeña sirena.

Los dolores comenzaron de nuevo.
- Empuja- escuchó decir.
A ella no le importaron aquellas palabras.
Volvió a cerrar los ojos y se mordió los labios con fuerza.
No haría nada para adelantar la marcha.
No estaba preparada para la despedida.
No deseaba ver a su bebé entre batas verdes.
Su mente se negó a reconocer que podía sentir el diminuto cuerpo resbalando entre sus piernas, unos huesos finos y delicados, que ahora sí, habían dejado de moverse para siempre.
Aquel líquido espeso, caliente y húmedo salía a borbotones de su cuerpo.
Entonces de nuevo abrió los ojos y vio al doctor con algo minúsculo entre sus manos, como sí fuera un pajarillo desvalido. Trató de mirar e incorporarse sin conseguirlo.
Rompió a llorar. "podría tener más hijos".Sí, pero ella quería ese.
Por fin gritó, lloró y volvió a gritar.
Esa vez Dios no la acompañó, de haber sido así, la habría llevado a ella también.
La desolación y el miedo la embargaron repentinamente y entonces le vio.
El padre de su bebé estaba frente a ella, llorando en silencio. Mirándola con todo el amor y la preocupación reflejado en sus ojos pardos.
Ella tomó las sábanas con ambos puños y se cubrió la cabeza sin importar la aspereza de la tela.
Ya no podía ocultar sus ...emociones, ni la vergüenza que sentía al no haber podido retener aquel trozo del amor. Al ser que juntos habían engendrado y que ahora desaparecía por una puerta, por un largo corredor silencioso.
Sintió las grandes manos que retiraba la sabana de su rostro lloroso.  Las manos amadas que aparentaban una tranquilidad fingida.
Notó su aroma, la calidez de su piel.
Ambos se miraron fijamente a los ojos, sin hablar, en silencio. Trasmitiéndose un millar de sueños futuros, incapaces de apartar la mirada uno del otro.
Pasó una eternidad.
Ambos cogidos de la manos y perdidos en un extraño silencio, en un mundo creado sólo para ellos.
Eran jóvenes y se amaban.

Ella me miró con una triste sonrisa en sus labios resecos. Yo no quería llorar, no delante de ellos.
Sonreí a mi vez y acercándome les tomé de las manos.
Invadí su intimidad.
No pude hablar. Un nudo atenazaba mi garganta y mis ojos ardieron en el intento de no derramar ni una sola lágrima.
Él Asintió. Yo también lo hice.
Salí en silencio. Consciente de haber presenciado lo más doloroso que una mujer puede llegar a sentir. Que un hombre puede llegar a sentir.
Antes de cerrar la puerta los escuche decir:
Siempre juntos.

miércoles, 11 de enero de 2012

La novela siervo de tu amor

Para todas aquellas personas que esten o quieran disfrutar de la novela de los aguerridos Higlanders, deciros que la he colocado en dos partes en mis paginas de modo que quitaré las entradas.
Me gustaria mucho que me comentarais que os ha parecido y espero que disfruteis de su lectura.