Seguidores

lunes, 5 de noviembre de 2012

La magia del amor



Os voy a dejar un pequeño relato paranormal que escribí una vez, espero que os guste.




La magia del amor

Sandra Palacios (Bree)




La magia del amor
Marta se detuvo en medio del camino para observar la vieja fábrica de harina. El edificio se hallaba en un estado lamentable, tan solo las paredes y parte del tejado aún quedaba en pie. Las fachadas antes blancas ahora lucían un tono amarillento combinado por varios grafitis, algunos hechos con tiznones de madera quemada. La fábrica llevaba muchos años abandonada.
Marta en sus veinticuatro años de vida nunca la había visto funcionar y aunque había pasado por allí miles de veces no se había atrevido a entrar. Las sombras y el denso silencio que la envolvía la asemejaban a una ruina encantada.
Nunca pudo entender el motivo de porque aquel viejo edificio la asustaba y mientras sus amigos se adentraban entre los muros ella esperaba fuera sobre un pequeño montículo de tierra lanzando diminutas piedras a una laguna de poca profundidad. Cuando era niña se había bañado allí en los meses de más calor, siempre bajo la atenta mirada de sus padres. Sin embargo el tiempo dejaba huella y ya no había valiente que se atreviera si quiera a mojarse los pies.
—Marta ven —dijo Laura.
Ella negó con la cabeza y su amiga no insistió.
Prefería quedarse sola esperando, escuchando los retazos de conversaciones que llegaban desde el interior mezcladas con el viento que silbaba entre las piedras con lastimeros aullidos.
Siempre que estaba allí nacía en ella ese extraño hormigueo que la confundía ¿Cómo podía tener miedo de una casa abandonada?

Y sin embargo no podía evitar que su corazón retumbara en su pecho con fuerza.
Con impaciencia esperó que sus amigos se cansaran de juguetear por el edificio y salieran de una vez para continuar con su paseo. Parecía imposible que se hallara tan cerca de la capital y no llegara hasta ella el ruido de las sirenas o del ajetreado tráfico que invadía la carretera de Andalucía. Solo escuchaba el silencio.
Muy cerca de allí, pasando los olivares, el cerro de los ángeles se levantaba como un coloso contra el cielo azul de la tarde. Aquello debía estar lleno de turistas recorriendo las construcciones que rodeaban la magnífica iglesia u ocupando los merenderos con barbacoa situados a los pies del cerro.
El lugar tenía su historia, una leyenda que variaba con el paso de los años, decían que aquel sitio era el centro de España, no el kilómetro cero de la puerta del sol en Madrid como se creía.
Marta no era miedosa, al contrario, siempre era la primera en adentrarse en sitios nuevos, en investigar lugares con historia, en documentarse para poder escribir sus novelas. Pero aquella fabrica…
Se miró el brazo. Otra vez tenía el vello de punta y un frio helado cubrió su cuerpo. Se puso en pie con la necesidad de hacer algo, de moverse. Rodeó la fábrica evitando tocar sus paredes pintadas, saltando sobre antiguos azulejos rotos, verdes y azules que cubrían el camino que descendía hasta la laguna. Las ranas saltaron a su paso cayendo en las verdes aguas cubiertas de algas. El olor del lodo, de la lluvia estancada, de las bolsas de deshechos que los visitantes lanzaban invadía el lugar con un aroma apestoso que el viento se llevaba.
Marta clavó los ojos en la laguna durante unos segundos y volvió a levantar la cabeza hacia la fábrica.

—¿Tú no entras? —escuchó decir muy cerca de ella. El sol la daba de frente pero pudo distinguir la silueta del hombre que se había acercado hasta ella. Se cubrió los ojos con la mano a modo de visera y observó al extraño con alivio, por lo menos no estaba sola. No importaba que no lo conociese de nada.
—No me gusta este sitio —respondió alejándose de las placidas aguas.
—Es solo una fábrica abandonada —dijo él sonriendo. Era un hombre joven, muy alto y de cuerpo atlético.
—Lo sé —ella miró en derredor ¿Por qué sus amigos no salían de una vez? —conozco este sitio desde siempre. Me he criado muy cerca.
—Pero no has entrado nunca ¿Por qué?
Marta estudió al joven. Era un hombre muy guapo, el más guapo que ella nunca hubiera visto. Vestía unos pantalones que iban introducidos en unas altas botas de montar y su camisa blanca apenas dejaba entre ver los rizos oscuros de su pecho.
—No lo sé —respondió nerviosa—. Este lugar es demasiado solitario.
—Pero vienes muy a menudo.
Ella entornó los ojos con sorpresa. ¿Acaso la conocía?
—¿Quién eres? —se atrevió a preguntar dudosa. No tenía miedo porque sus amigos se hallaban cerca y con un solo grito acudirían a ella raudos— ¿De qué me conoces?
—Me llamo Felipe. Vivo cerca y te he visto muchas veces —se sentó tranquilamente en una roca y ella se acercó un poco más.
—¿Te dedicas a los caballos? —cerca de allí había varias granjas que se dedicaban exclusivamente al tema de la hípica y alquilaban las bestias para que los visitantes pudieran cabalgar por la campiña de la zona sur de Madrid. Él asintió y Marta respiró más tranquila—. ¿Llevas mucho tiempo viviendo por aquí?
—Más del que creo recordar. —Felipe clavó sus ojos verdes en Marta como si la estuviera grabando en su mente—. Trabajé hace muchos años en la fábrica de harina —agregó.
Marta soltó una carcajada pero calló cuando vio que él se había vuelto repentinamente serio.
—Eso no es posible. Este lugar lleva abandonado muchísimo tiempo. Vengo aquí desde que era pequeña —le señaló al cerro y los olivares con el dedo —antes veníamos todos los sábados y domingos a comer con mis padres y mis amigos. Desde que no dejan hacer fuego lo visitamos menos.
—Si no te gusta ¿Por qué vienes?
—No lo sé —respondió sentándose en otra piedra muy cerca de él—. No me encuentro a gusto aquí y sin embargo siento que… Te va a parecer que estoy loca—. ¡Y lo estaba! Ella no sabía porque acudía allí los fines de semana —es una sensación muy extraña. Es como si yo perteneciera a parte de esto. No he entrado nunca pero tengo el presentimiento de que lo conozco, de que debo venir pero no sé para qué.
—¿Y a qué le temes?
—Al pozo que hay en la sala más grande —respondió antes de darse cuenta. ¿Existiría ese pozo o era fruto de su imaginación? Tal vez sus amigos lo habían nombrado en alguna ocasión.
—Deberías enfrentarte a tus miedos. Eres una mujer muy valiente a pesar de lo que piensas.
Ella arqueó las cejas confusa.
—¿Me has visto muchas veces?
—Sí.

—Ah… —se mordió el labio inferior—. Yo nunca te he visto a ti.
—Sí que lo has hecho pero no lo recuerdas. ¿Conoces la historia de la fábrica?
El corazón de Marta latió con velocidad. ¿De verdad quería escuchar una nueva historia? No supo porque pero la presencia de Felipe la embargó de un extraño calor.
—Escuché decir que un antiguo noble enterró en un pozo a alguien y que luego lo cubrió con tierra. Dicen que por la noche se pueden escuchar gritos de angustia. ¿Es esa?
Felipe ladeó la cabeza y su mirada cristalina se volvió tierna al observarla.
—Hace mucho tiempo exista una bella joven, tan preciosa como tú. —Marta se sonrojó y apartó la vista durante unos segundos—. Ella era hija de un noble con gran estatus social pero estaba enamorada de un simple peón. Un mozo de cuadras. Ambos desafiaron al universo y a escondidas se lograron casar. Levantaron la fábrica de harina y vivieron varios años aquí, hasta que el padre de ella los descubrió. —Marta tembló ligeramente—. Llegaron una noche envueltos en las sombras, eran varios hombres y todos cubrían sus rostros con máscaras oscuras. Asesinaron al marido y cavaron un pozo en el centro de la sala más grande. —Marta se rodeó los brazos con las manos, tenía frio a pesar de hallarse en el sol—. Cubrieron el hueco nuevamente y se llevaron a la mujer, pero ella volvió días después. Cuentan que con sus manos desenterró el cuerpo de su marido. Con esfuerzo le llevó hasta la catedral del cerro de los Ángeles y ella desapareció como si se la tragase la tierra. El esposo viene a buscarla a diario hasta aquí —señaló la fábrica con la cabeza—. Son sus gritos los que se escuchan cada noche llamándola, pidiendo que regrese junto a él. —Marta sintió ganas de llorar. Las leyendas siempre la dejaban un sabor amargo.
—Se debieron amar mucho —susurró apenada. Felipe asintió observándola con dulzura. —¿No se volvió a saber nada de ella?
—El noble maldijo el lugar. Sin embargo, dicen que ella sigue viniendo por aquí a menudo. Cuentan que se ofreció ante la figura del cristo del cerro, pidió que la borrara la memoria y apartaran el recuerdo de su marido de ella. En cualquier momento vendrá a reunirse con él y ambos se marcharan juntos de nuevo.
—Es una historia muy triste. —Y ella que siempre había sido muy romanticona la creyó a pies juntillas—. ¿Son fantasmas?
—Él sí. Ella se ha ido reencarnando vida tras vida. —Felipe se encogió de hombros—. Desde hace doscientos cincuenta años.
—Las maldiciones se rompen —dijo ella—. Puede que algún día esta también.
El barullo formado por sus amigos llamó su atención. Les buscó con la vista, ya habían salido de la fábrica y todos caminaban hacia ella entre bromas y risas.
—Te voy a presentar… —Marta enmudeció. Felipe había desaparecido. Recorrió el lugar con avidez ¿Dónde se había metido? ¿Porque sentía como si la faltara un pedazo de su ser?
—¿Qué ocurre Marta? ¿Qué buscas? —preguntó Laura acercándose a ella intrigada. Marta se echó a llorar 
incompresiblemente. ¿Dónde estaba Felipe? ¿Por qué estaba tan sola de repente?
—Marta ¿ha pasado algo?
—Vuelvo en seguida —respondió retirándose las lágrimas.
Con paso veloz llegó hasta la entrada de la fábrica. Se detuvo en el marco y espero que sus ojos se adaptaran a las semioscuridad del interior. El piso era tierra y más azulejos destrozados. Respiró con fuerza y penetró en el edificio. No fue difícil localizar a Felipe. Se hallaba sentado sobre el alfeizar de una ventana, cabizbajo. El hombre levantó la vista sorprendido y anonadado en cuanto la escuchó.
—¡No puedo creerlo! ¡Has entrado!
Marta corrió hasta él y cuando Felipe abrió los brazos se cobijó feliz contra su pecho. Su mente explosionó en mil imágenes y recuerdos, en otras épocas vividas. Lloró apenada. Tanto tiempo apartada de su amado… Sintió los labios de Felipe que absorbían las  saladas lágrimas, que rozaba sus mejillas con besos dulces llenos de amor.
—¿Por qué no me dijiste nada, Felipe? —Buscó su mirada clara—. No recordaba.
—En otras vidas ya lo he intentado pero te quedabas siempre fuera… hasta hoy —con una mano levantó el delicado mentón de Marta y la beso apasionadamente.
Lejos de sentirle un extraño Marta era capaz de reconocer su voz, el brillo de sus ojos celestes, la fuerza varonil que emanaba, era su marido.
—¿Qué pasará ahora? Felipe no quiero apartarme de ti —le rodeó la cintura y se apretó más contra él. Ni siquiera el aire era capaz de pasar entre ellos.
—No lo sé mi amor, pero me conformo con poder tenerte entre mis brazos una vez más. Con olerte, con sentirte, con volver a probar tus labios… —volvió a besarla y Marta le correspondió como la si la vida la fuera en ello.
—Yo no me conformo con esta vez solo ahora que te acabo de encontrar. No puedo perderte de nuevo. Quizá ya haya roto el hechizo al entrar y podamos continuar juntos como era nuestro destino —dijo con esperanza.
—Para saberlo deberemos esperar hasta las doce. Si por entonces sigo aquí…
—¿Y si no? ¿Dónde estarías?
—Solo vengo en el cumpleaños de mi… bueno —señaló el pozo con la cabeza. Marta aplastó la mejilla contra su pecho. ¡Escuchaba su corazón! Felipe era muy real, tan real como ella misma.
El mundo pareció detenerse a su alrededor sin embargo las horas siguieron marcándose en el reloj de la torre del cerro de los Ángeles.
Laura y el resto de los amigos se marcharon ante la insistencia de Marta por quedarse sola. En un fuerte abrazo, la pareja recién encontrada esperó con temor a que todo se esfumara de un momento a otro. Aprovecharon los cálidos besos calmando sus ansías, charlaron en murmullos esperando que esa noche los enmascarados no volvieran por ellos y pasadas las doce, ambos emprendieron una nueva luna de miel.
***
 Marta y Felipe comenzaron una nueva vida aprendiendo el uno del otro, cuidando el amor que con el paso de los siglos había florecido más. Y como les dijo el reverendo cuando volvieron a tomar los votos:
—Y ni que la muerte os separe. 






1 comentario: